La contaminación acústica del tráfico se está vinculando con enfermedades cardiovasculares que pueden afectar tanto a los habitantes de las ciudades como a quienes viven cerca de los aeropuertos. Y a pesar de que la creencia popular de que el daño causado por altos niveles de intensidad sonora solo causaba daño después de períodos prolongados de tiempo, ese ya no es el caso, según declara un estudio publicado en Annual Review of Public Health.
La exposición a fuertes ruidos ha sido relacionada durante mucho tiempo con la pérdida auditiva. Pero el alboroto de los aviones y los coches tiene un precio más allá de los oídos: el ruido del tráfico ha sido señalado como un importante factor de estrés ambiental urbano, solo batido por la contaminación del aire. En la última década, las crecientes investigaciones vinculan de una forma más directa el ruido del aire y del tráfico con los mayores riesgos de acabar padeciendo algún tipo de enfermedad cardiovascular en un futuro.
Ahora, los científicos están comenzando a identificar el cómo por qué. La evidencia de los efectos fisiológicos del ruido, ya sea en las células y los órganos o en poblaciones enteras, “realmente se está juntando y pintando una imagen del problema”, declara Mathias Basner, psiquiatra y epidemiólogo de la Universidad de Pennsylvania (Filadelfia, EE.UU.) y presidente de la Comisión Internacional Efectos Biológicos del Ruido. Sin embargo, pocas personas son conscientes de la gravedad de lo que califican de un “asesino silencioso”.
Si bien estamos familiarizados con la protección contra la pérdida auditiva reduciendo la exposición a los sonidos de, por ejemplo, un concierto, las personas en las grandes ciudades siguen en peligro. Una carretera densamente poblada puede superar fácilmente los niveles de sonido seguros. Los camiones, por ejemplo, pueden producir entre 70 y 90 decibelios (dB), y las sirenas de los vehículos de emergencias y los aviones pueden sobrepasar los 120 dB. En comparación, en una conversación normal se generan unos 60 dB.
De acuerdo con otros estudios, las personas que viven cerca de un aeropuerto, como puede ser el de Frankfurt, tienen hasta un 7 % más de riesgo de accidente cerebrovascular que las que viven en vecindarios similares pero más tranquilos; Noise & Health investigó los datos de más de 1 millón de personas en 2018 para defender su teoría. Un análisis de casi 25.000 muertes cardiovasculares entre 2000 y 2015 entre personas que vivían cerca del aeropuerto de Zúrich observó aumentos significativos en la mortalidad (European Heart Journal, 2020).
A medida que los investigadores profundizan en el tema, parece que todo apunta a un solo culpable: los cambios dramáticos en el endotelio, el revestimiento interno de las arterias y los vasos sanguíneos. Este revestimiento puede pasar de un estado saludable a uno que está inflamado, con ramificaciones que podrían ser potencialmente graves en un futuro. Cuando el sonido llega al cerebro, activa dos regiones importantes en él, la corteza auditiva, que es la que interpreta el ruido, y la amígdala, que gestiona las respuestas emocionales.
Mientras que el ruido aumenta, y especialmente durante el sueño, la amígdala activa una respuesta al estrés, incluso si la persona no se da cuenta. Una vez iniciada, esta respuesta libera hormonas como la adrenalina y el cortisol en el cuerpo. Algunas arterias se contraen, otros se dilatan. La presión arterial aumenta y los azúcares y las grasas inundan el torrente sanguíneo para que los músculos los utilicen rápidamente. La respuesta al estrés en cascada también provoca la creación de moléculas dañinas que causan más inflamación.
Este endotelio disfuncional se entromete con el torrente sanguíneo y afecta a muchos otros procesos que, cuando se deterioran, contribuyen a la aparición de una gran variedad de enfermedades cardiovasculares, como una presión arterial alta, acumulación de colesterol en las tuberías, obesidad y diabetes. Un informe de 2018 de la Organización Mundial de la Salud (OMS) señaló que cada año, en Europa Occidental perdemos colectivamente más de 1,6 millones de años de vida saludable debido al ruido motivado por el tráfico.
Este cálculo se basa en el número de fallecimientos prematuros causados directamente por la exposición al ruido, así como en los años vividos con discapacidad o enfermedad inducida por el mismo. Y es probable que esa cifra crezca, pues en 2018, el 55 % de las personas vivían en ciudades, y para 2050 se espera que ese recuento alcance casi el 70 % en base a las estimaciones de Naciones Unidas. Con cierta lógica, es una información que también se puede traspapelar a los viajes en coche, pues no todos gozan del mismo aislamiento acústico.
Fuente: Annual Review of Public Health